A todos nosotros la vida nos
ha provocado heridas por péridas: vivir es un riesgo y en ocasiones los demás o
nosotros mismos actuamos de tal modo que acabamos por lastimarnos.
La única medicina que existe
para curar nuestras heridas se llama "Perdón", pero no la venden en
la farmacia. Para perdonar debemos decidir perdonar. Es un proceso, es una
decisión, es una determinación que liberará nuestra energía.
Todos tenemos heridas: unas
leves, otras más grandes, y a veces, unas que parecen incurables. Las heridas
dejan cicatrices, para recordarnos cómo fue que nos lastimamos. Perdonar no es
olvidar. Es bueno no olvidar cómo fue que nos hicimos daño, para no cometer de nuevo
el mismo error.
Es distinto tener la
cicatriz a estar rascando la herida hasta que se infecte. ¿Cuándo es el momento
de desapegarse del dolor? Es una pregunta casi sin respuesta. A cada quién le
llega su momento de decidir seguir adelante sin el peso del dolor. No hay un
tiempo convencional, depende de muchos factores: cuál es la pérdida, quién lo
provocó, si fue mi responsabilidad o no, cómo era mi relación con el otro…
Se ha escrito mucho sobre
las etapas del duelo. Podemos suponer que las personas tenemos ciclos muy
parecidos para enfrentar el dolor. Primero lo negamos y queremos pensar que la
pérdida no ha sucedido, pero la realidad se impone y la ausencia del otro nos
confirma día a día que es cierto que ya no está.
Después solemos enojarnos:
con quién nos lastimó, con quién se murió, con la enfermedad, o con nosotros
mismos. Es mejor estar enojados que negar. La energía del enojo nos habla de
vida. Pero no debemos quedarnos enojados demasiado tiempo. Hay quiénes se quedan
estancados en alguna etapa y sus vidas dejan de funcionar.
A veces, entra la etapa de
negociación: hacemos propuestas, fantaseamos, creemos que es posible regresar
el tiempo. El daño ya está hecho. Lo que dije, lo que no dije, lo que hice y lo
que no hice ya está. No hay “sí sólo hubiera…”, por favor, intenta no te
quedarte en esa etapa de estar dándole vueltas y vueltas en la cabeza a lo que
hubieras hecho diferente. Todo está ordenado.
Después de la etapa de
negociación suele venir la de tristeza: depresión, nostalgia, apatía,
melancolía, dolor y más dolor. A veces es una especie de homenaje al que se
fue: para que sepas cuánto te quiero voy a estar triste el resto de mi vida. A
veces es apego: me dejo el marido y no puedo pensar en otra cosa porque todo en
mí dependía de ti. Perdí un trabajo y no puedo más que lamentarme por ya no
estar en esa compañía maravillosa…
Es una decisión dejar de
lamentarse. Es una decisión volver la mirada a lo que si tengo, a lo que sí
permanece, a lo nuevo: a las posibilidades que se abren.
Hay que saber decir adiós.
Perdonar para liberar toda la energía que se queda en el otro: sea la vida, una
empresa o una persona. Recordemos que el perdón es un proceso, pero sobre todo
una decisión. En esta etapa el enojo se ha vuelto sobre uno mismo. Estamos
enojados con nosotros por haber permitido que nos lastimaran o por haber
lastimado al otro.
Algunos de los obstáculos
que nos hacen permanecer en ese estado depresivo, y no perdonar, son:
1. Conseguir la compasión de
los otros
2. Sentirme tranquilo porque
la culpa fue del otro y yo soy muy bueno
3. Señalar lo malo del otro
me hace sentir superior
4. Yo no me tengo que
esforzar más en la vida
Es fundamental entender que
sólo cuando perdone, sanaré mi herida, sólo cuando perdone pasaré a
la última etapa: la aceptación, que significa integrar el acontecimiento a mi
vida, cómo parte de mi historia. Significa aprender la lección. Significa
encontrar el sentido, o por lo menos creer que lo que sucedió tiene sentido.
Significa decidirse a vivir de nuevo. Recordar que tenemos cerca personas que
nos aman y que no tenemos el derecho a preocuparlas o agobiarlas con nuestro
dolor, claro, después de un determinado tiempo.
Sí, la vida es difícil. Sí,
a veces vivimos situaciones extremadamente dolorosas. Sí, a veces sufrimos
pérdidas irreparables, por causa de la naturaleza, por nuestra causa o por
causa de otros.
La opción de quedarnos
enojados, deprimidos o estancados no es la mejor. La mejor es decidir recuperar
los pedazos, aprender de la situación, volver a amar, volver a creer, volver a
sonreír; perdonarnos y perdonar.¡Vale la pena!
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