Si tu pareja es infiel, te convertirás en un obstáculo para sus planes: el desamor que sienta por ti no será ni tan limpio ni tan honesto. Querrá quitarte de en medio para seguir libremente con su amante. Es cuestión de espacio: «Otra persona ha entrado en mi corazón y ya no cabes tú». No se trata de alejamiento transitorio, sino de exclusión y a veces de desprecio. También existe otra posibilidad que le agrega más dolor y desconcierto al que ya tienes: no sólo te deja a un lado porque hay alguien más, sino que te culpa directamente por lo ocurrido.
En lo más profundo de tu ser sabes que deberías alegrarte de que semejante personaje se haya ido de tu vida, pero la dignidad suele doblegarse ante la avalancha de interrogantes motivados por el despecho y el apego: «¿Por qué a mí?», «¿Qué tiene el otro o la otra que yo no tenga?», «¿Desde cuándo me es infiel?», «¿Es mayor que yo, tiene más dinero, es más atractivo?». Las ganas de escarbar y meterse uno mismo el dedo en la llaga tienen mucho de masoquismo y bastante de desesperación. El cómo, cuándo y dónde no pesan tanto como qué te hizo. Lo que importa es que fue infiel y no te quiere; lo otro es secundario o una forma de alimentar el morbo. ¿Realmente esperas que el universo, en su infinita bondad, te devuelva a tu pareja en perfecto estado, como si nada hubiera pasado? Los «milagros amorosos» y las «resurrecciones afectivas» son pura superstición: cuando el amor se acaba, hay que enterrarlo.
El desamor que libera: Es el lado feliz del despecho, la pérdida que merece festejarse. Quién lo iba decir: hay veces en que el desamor del otro nos quita el peso de la incertidumbre: ¡ya no tendrás que deshojar margaritas! ¡Se acabaron las indagaciones y las pesquisas existenciales! Hay dudas dolorosas que la certeza calma. Una paciente me comentaba: «Ya no estaba segura de si él me quería y durante meses traté de descifrar sus sentimientos…¡Cuánto sufrí…!
Pasaba de la ilusión a la desilusión en un instante… Y es curioso, cuando me dijo que quería separarse, sentí alivio». ¿Cómo no sentirlo? ¿Cómo no reconocer que el sufrimiento de ver las cosas como son, crudamente, conlleva algo de bienestar?: «¡Ya sé a qué atenerme!». No todo desamor es malo y no todo amor es sostenible. Recuerdo a una paciente,
amante de un mafioso, a quien éste utilizaba como si fuera una esclava sexual. Tenía que estar disponible las veinticuatro horas y vivía amenazada de muerte si miraba a otro hombre. Pues bien, el truhán se enganchó a una jovencita de dieciocho años de edad y automáticamente mi paciente pasó a ser una bruja fea y vieja. Cuando
ella me preguntó qué podía hacer al respecto, le recomendé que se afeara lo más posible porque había que ayudar al destino. Al poco tiempo, la echó a la calle sin ningún tipo de miramientos. En realidad le abrió la jaula y la echó a volar. ¡Bendito el desamor que les llega a los mal casados, a los mal emparejados, a los que se hacen daño en
nombre del amor!
Propuestas para no morir de amor.
1. APRENDER A PERDER, AUNQUE DUELA
¿Tiene sentido perseguir algo o a alguien que ya ha escapado a tu control? Se ha ido, ya no está, ya no quiere estar. ¿Para qué insistir? Hay cosas que te son imposibles, no importa el deseo y la ganas que le pongas. ¿Qué opinarías de alguien que pataleara y se retorciera de rabia porque llueve? ¿No sería mejor sacar el paraguas
que lloriquear y protestar contra el mal tiempo? Aprender a perder es la capacidad que tiene una persona para discernir qué depende de uno y qué no, cuándo insistir y cuándo dejarse llevar por los hechos. No tiene mucho sentido «convencer» a alguien de que te quiera (el amor no sigue ese camino), pero sí puedes despejar tu mente para
dejar entrar a una persona que se sienta feliz de amarte. Es mejor que emplees cada gota de energía y sudor en sanar tu alma que invertirla en lamentarte por lo que podría haber sido y no fue. Los que se quieren a sí mismos emplean esta frase afirmativa y orgullosa, saludable a fin de cuentas: «Si alguien no me quiere, no sabe lo que se pierde».
Como consuelo, he conocido infinidad de personas que fueron abandonadas y con el tiempo terminaron agradeciendo la ruptura porque encontraron a alguien mejor para ellos. Piensa en los amores que han pasado por tu vida, en lo que representaron en su momento, en aquella adolescencia ciega y frenética de amor y míralo ahora con la perspectiva que dan los años. ¿Te provocan algún impulso irrefrenable, algún sentimiento desbordado: te agitan, te mueven, te angustian? No, ¿verdad? La memoria emocional ha dado paso a una memoria más conceptual, fría y adaptativa. Muchos de
esos recuerdos no pasan de ser una anécdota, elementos de tu historia personal y parte de tu currículum vítae afectivo. ¡Y habrías hecho cualquier cosa para mantener esas relaciones! En su momento, pensabas y sentías que morirías en cada adiós o por cada amor no correspondido, pero actualmente no te hacen ni cosquillas. Pues lo
mismo ocurrirá con la persona que hoy ha dejado de amarte: será un recuerdo más, cada vez más aséptico y distante. A medida que el tiempo transcurra y empieces a vivir tu vida, llegará la calma. No existen fármacos para este tipo de dolor, no hay una píldora para «el día después » o los seis meses posteriores, que es lo que más o menos dura un duelo. Hay que soportarlo y resistir, como si se tratara de un combate de boxeo: hoy le ganas un round al sufrimiento y mañana te lo gana él. Lo único que debe preocuparte es no perder por knockout, porque si aguantas, aunque te desplomes sobre la lona una y otra vez, te aseguro que ganarás por puntos.
2. EN LOS AMORES IMPOSIBLES: LA ESPERANZA ES LO PRIMERO QUE HAY QUE
PERDER
No futuro. Realismo crudo: el aquí y el ahora desnudo y sin analgésicos. Te han enseñado que la esperanza es lo último que debes perder —y posiblemente sea cierto en algunas circunstancias límite—, pero en el amor imposible o en el desamor declarado y demostrado, la desesperanza es un bálsamo. Si ya no te aman, no esperes nada, no anticipes positivamente: un pesimista inteligente es mejor que un optimista mal informado. Una adolescente al borde de la depresión me preguntaba: «¿Y si me vuelve a amar y yo ya no lo quiero?». Mi respuesta fue simple: «¡Te importará un
rábano si te ama o no!». Los amores tardíos son amores enclenques e indeseables. No sirven.
3. EL SESGO CONFIRMATORIO:
«AÚN ME QUIERE»
La desesperación puede llevarte a creer que, por arte de magia, todo vuelve a ser como antes: «Si lo deseo con todo mi corazón, mis sueños se harán realidad». Pura quimera con algo de alucinación. La esperanza irracional e injustificada hace que la mente distorsione la información y empecemos a ver lo que queremos ver y a sentir
lo que queremos sentir. Una mirada, una sonrisa, una mueca, un gesto, una llamada… todo es interpretado como el renacimiento del viejo amor.
Un paciente al borde del delirio me presentaba sus propios sentimientos como prueba de que su ex todavía lo amaba: «Yo sé que me quiere… Lo siento, me llega la sensación, es como una premonición…». Armado de una confianza a prueba de balas intentó la reconquista, y lo que obtuvo fue una denuncia por acoso. En otro caso, una
mujer me pidió ayuda porque su novio la había dejado por su mejor amiga. En una consulta me comentó llena de optimismo: «Ayer me lo encontré después de cuatro meses y estoy segura de que me sigue queriendo… Por cómo me miró, sé que no me ha olvidado… Fui consciente cuando me dio el beso de despedida. Es más, estoy segura
de que coqueteó conmigo…». Unos días después, sumida en la más profunda de las tristezas, me decía: «Estoy confundida, no sé qué pensar… Me acabo de enterar de que se casa con ella… ¡Me ha mandado incluso una invitación!». Jugadas de la mente, entelequias patrocinadas por un corazón que se engancha al pensamiento mágico.
«Todavía me quiere, pero no lo sabe.» ¿Habrá mayor autoengaño? Me lo dijo una jovencita que llevaba tres años de novia con alguien que nunca le había dicho que la amaba. El amor de pareja no es mágico: es el resultado de una realidad que construimos a pulso, guiados por el sentimiento y por nuestras creencias. Por desgracia,
algunas son francamente irracionales.
4. ¿PARA QUÉ HUMILLARTE?
La humillación en cualquiera de sus formas —suplicar, jurar, «agachar la cabeza», esclavizarse o halagar excesivamente al otro—, tienen un efecto bumerán. Malas noticias para los que se adhieren a un amor sin límites: la sumisión, con el tiempo, produce fastidio. Si quedaba algo de afecto, se pierde; si había algo de respeto,
se esfuma. ¿Quieres que te tengan lástima? ¿Quieres darle más poder a la persona que no te ama? ¿Quieres agrandar su ego? ¡Si fuera tan fácil convencer al desenamorado…! ¿Cómo salvar la baja autoestima de un lacónico y lastimero: «¡Por favor, quiéreme! »? Las palabras no van a modificar el comportamiento de quien no siente nada
por ti. Acéptalo con madurez. ¿Para qué humillarte si con eso no lograrás resucitar el amor?
Un receso ayuda. Volver a hablar con tu familia, recuperar lasraíces, aquellos valores que te pertenecen y que hoy parecen desdibujarse por el afán y la desesperación de un amor que no te conviene. Métete esto en la cabeza y en el corazón: los principios no se negocian. Si quieres sufrir, llorar y acabar con todas las lágrimas, gemir en
voz alta, arrastrarte por la habitación y abrazar a tu sufrimiento desgarradoramente, hazlo, pero no entregues tu soberanía, no aplastes tu ser. Vuélvete anónimo en tu dolor. Sufre cuanto quieras, pero no hieras tu amor propio: no te regales.
5. RODÉATE DE GENTE QUE TE AME
Hay gente que se especializa en echar sal a las heridas del prójimo. ¿No te ha pasado alguna vez? Supongamos que tu «amiga del alma» te dice: «Has perdido a un gran hombre. Era el mejor, entiendo cómo te sientes…». ¿Cómo que «a un gran hombre » o «el mejor»? ¿Qué necesidad de hacer semejante comentario a una despechada casi moribunda? Los que te quieren de verdad toman partido y te defienden, intentan sacarte a flote, no importa si tienes razón o no, se preocupan por ti, y punto. Aléjate de esa mujer que adopta el papel de camarada y te recuerda a cada instante lo estúpida que has sido o que eres, y, si quieres hacer catarsis, ¡mándala a la porra! Lo mismo con aquellos amigos que pretenden ser «objetivos» y tratan de equilibrar lo que no puede equilibrarse. Me refiero a la persona que, a modo de consejo, te dice: «Es verdad que ella era una mujer muy complicada, pero debes reconocer que tú no eres nada
fácil». ¡Vaya momento de sacar a relucir defectos y debilidades! Ve despejando el camino y el hábitat afectivo.
Lo que necesitas es apoyo, soporte emocional, silencios compartidos, el golpecito en la espalda, la palabra de ánimo, el amor de los tuyos, de los que buscan mermar tu dolor. Necesitas «queridos mentirosos» que te digan que eres genial, atractivo, buen partido o cualquier otra cosa que le venga bien a tu aporreado «yo». La crítica
constructiva hay que dejarla para después de que pase el aluvión. Hay que sacarte del agujero en que has caído, y en este proceso ayudarán mucho los que te quieren de verdad. Y es ahí, en la base segura de la amistad, donde irás reconstruyendo tu capacidad de amar.
6. ALÉJATE DE TODO AQUELLO QUE TE RECUERDE A TU EX
Nada de romanticismos empalagosos. Además, ¿a qué romance te refieres si ya no hay con quien compartirlo? No necesitas visitar a solas los lugares contaminados de recuerdos afectivos. ¿Para qué ocupar «el breve espacio en que no estás» y pegarte a la música, a los olores, a los regalos? En ocasiones, meterse de lleno en el recuerdo y sufrir hasta donde el organismo sea capaz cumple una función terapéutica, pero es mejor que estas «inundaciones» sean dirigidas por un profesional especializado en el tema.
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