Las
mujeres hemos sido dotadas con el privilegio de dar vida, de moldear con amor
desde nuestro propio cuerpo, como el alfarero moldea sus piezas, a un ser
diminuto que irá tomando forma poco a poco y que tendremos el placer y la
responsabilidad de hacer de él un ser humano de bien. Somos artesanas de la
vida y en este regalo tanto el varón como la niña tienen sus encantos propios
de cada sexo. Hoy nos toca hablar de aquello que encontramos de curioso y
peculiar al convertirnos en madres de una niña.
Somos
mujeres y hemos sido niñas, muchas de las circunstancias que nos toca vivir con
las hijas las hemos vivido en la infancia y eso hasta nos hace gracia o se nos
escapa una lágrima, pues en ciertos momentos nos encontramos frente a nuestro
propio espejo, ese que nos transporta al pasado que dejamos guardado en algún
lugar del corazón y empezamos a comprender la frase que dicen todas las madres:
¨Cuando seas madre me vas a entender¨.
Conversación
de madre a hija:Así
como los varones acostumbran a decir que conversan con su hijo de hombre a
hombre, las mujeres tenemos un imán con la madre, pues ser mujeres nos hace ver
la vida desde la misma perspectiva.
Las
hijas nos hacen revivir aquellas charlas con mamá que tuvimos de pequeñas.
Escuchar las confidencias de las hijas, ser capaces de manifestarles una
comprensión genuina de lo que ellas están sintiendo las reconfortan de gran
manera. No hay nada que haga sentir a las niñas tan tranquilas como poder
hablar de sus cosas con la madre y que ellas las entiendan. Es un vínculo
afectivo muy importante que se hace recíproco en ese momento a solas donde se
genera un real círculo de confianza y es fundamental para el desarrollo
emocional de las hijas.
El
inmenso placer de peinar a las hijas:Es
auténtico: peinar a las hijas nos convierte en las mejores estilistas. Las
madres realmente disfrutan de ese momento en que les toca peinarlas. Formas,
cortes, flequillos, trenzas, suelto, coletas, todo les queda bien y cuando más
pasa el tiempo más vamos perfeccionando la técnica. No es menos cierto que es
un ejercicio de memoria importante, pues hemos perdido la cuenta de cuántas
veces peinamos a nuestra muñeca favorita, solo que ahora esa muñeca ha cobrado
vida.
Vestir
a las niñas, todo un desafío:El
dilema y a la vez el disfrute de vestir a las niñas nos ubica en dos
situaciones distintas según las etapas de la vida de nuestras hijas. Cuando son
pequeñas, es como volver a la infancia, pues estamos vistiendo a nuestras
muñecas y nos hace felices combinar sus ropitas, los colores, los modelos, los
zapatitos. Es que las ropas de las niñas tienen un encanto particular.
Cuando
ellas crecen, se vuelven selectivas y quizás las ropas que escojas para ellas
nos les gustan, pues han ido adquiriendo su propio estilo y a las madres nos
cuesta entender que ya han crecido y que pueden decidir cómo vestirse. Lo que
normalmente nos sucede es que elegimos prendas que nos gustan a nosotras y que
usaríamos nosotras, pues esto de pertenecer al mismo género nos hace sentirnos
demasiado iguales, pero debemos tener en cuenta que mientras crecen irán
forjando su propio estilo, sus gustos y sus rasgos característicos.
Las
hijas también se revelan:No
es tan cierto el hecho de que las niñas sean sumisas y sobre todo con las
madres. Justamente por ese factor común que las une, sienten ese sentido de
pertenencia que hay entre ambas, que las hace iguales y distintas al mismo
tiempo. Las confrontaciones pueden aparecer de tanto en tanto, aunque siempre
el amor sea el vínculo afectivo indestructible entre ambas, aunque fluctúe
eventualmente y se sientan vulnerables e inseguras. Pese a ello nunca debes
dejar de demostrarles a tus hijas que estarás siempre a su lado sea cual sea la
circunstancia, pues al final de sus enojos volverán siempre a tus brazos donde
saben que están realmente seguras.
Tener
hijas, la posibilidad de viajar en el tiempo:Se
dice siempre que tener hijos es una bendición, pues cuando se trata de una
niña, eso de que hablamos en el fondo nos permite ver que se trata de una
oportunidad de reencontrarnos un poco con la niña que fuimos y otro poco con
esa niña que no hemos podido ser.
Abrimos
el baúl de los recuerdos y en cada etapa de la vida de nuestras hijas, volvemos
a vivir nuestra propia infancia, quizás estemos destapando los recuerdos que
quedaron dormidos en alguna parte de nuestra memoria pero que no hemos
olvidado. Las luces del pasado se vuelven a encender para iluminar nuestro
camino a lo largo de la crianza de nuestras hijas.
Hemos
de aplicar con nuestras niñas las resoluciones que no surgieron en nuestra
niñez, trataremos de aconsejarle sobre aquello que no hemos tenido la
oportunidad de interpretar bien y de manera adecuada. La nutriremos de esas
cosas que nos agradaría nutrirnos si tuviésemos la misma edad.
Somos
madres, pero hemos sido hijas: Concretamente
sabemos de ante mano con qué tipo de situaciones nos podemos encontrar a lo
largo de la vida de nuestras hijas. A medida que crezcan las acompañaremos en
cada una de sus etapas, esas mismas por las que pasamos nosotras y en ese viaje
en el tiempo que haremos iremos intentando desenredar la vida con ella, pues ya
pasamos por eso y sabemos a ciencia cierta qué podrá dolerle, que le resultará
difícil, cuándo necesitará nuestro apoyo y cuándo deberemos permitir que
resuelva su vida por sí misma.
Las
madres y las hijas llevan consigo una energía especial que las unen desde el
momento de su concepción, pues genéticamente les hemos transferido nuestra
herencia genética y con ello nuestras emociones y nuestros rasgos
característicos. Así como reza la leyenda oriental del hilo rojo que mantiene
unidas dos almas gemelas que se amarán por siempre sin importar en donde estén,
entre la madre y la hija existe un lazo mágico que las mantiene unidas para
siempre en el amor. Comparten el mismo sentir, observarán los avatares de la
vida desde una óptica muy similar, una identificación que parte desde lo físico
hasta lo más intangible del corazón.
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