miércoles, 27 de septiembre de 2017

¡La bendición de tener hijas!

Las mujeres hemos sido dotadas con el privilegio de dar vida, de moldear con amor desde nuestro propio cuerpo, como el alfarero moldea sus piezas, a un ser diminuto que irá tomando forma poco a poco y que tendremos el placer y la responsabilidad de hacer de él un ser humano de bien. Somos artesanas de la vida y en este regalo tanto el varón como la niña tienen sus encantos propios de cada sexo. Hoy nos toca hablar de aquello que encontramos de curioso y peculiar al convertirnos en madres de una niña.

Somos mujeres y hemos sido niñas, muchas de las circunstancias que nos toca vivir con las hijas las hemos vivido en la infancia y eso hasta nos hace gracia o se nos escapa una lágrima, pues en ciertos momentos nos encontramos frente a nuestro propio espejo, ese que nos transporta al pasado que dejamos guardado en algún lugar del corazón y empezamos a comprender la frase que dicen todas las madres: ¨Cuando seas madre me vas a entender¨.

Conversación de madre a hija:Así como los varones acostumbran a decir que conversan con su hijo de hombre a hombre, las mujeres tenemos un imán con la madre, pues ser mujeres nos hace ver la vida desde la misma perspectiva.


Las hijas nos hacen revivir aquellas charlas con mamá que tuvimos de pequeñas. Escuchar las confidencias de las hijas, ser capaces de manifestarles una comprensión genuina de lo que ellas están sintiendo las reconfortan de gran manera. No hay nada que haga sentir a las niñas tan tranquilas como poder hablar de sus cosas con la madre y que ellas las entiendan. Es un vínculo afectivo muy importante que se hace recíproco en ese momento a solas donde se genera un real círculo de confianza y es fundamental para el desarrollo emocional de las hijas.


El inmenso placer de peinar a las hijas:Es auténtico: peinar a las hijas nos convierte en las mejores estilistas. Las madres realmente disfrutan de ese momento en que les toca peinarlas. Formas, cortes, flequillos, trenzas, suelto, coletas, todo les queda bien y cuando más pasa el tiempo más vamos perfeccionando la técnica. No es menos cierto que es un ejercicio de memoria importante, pues hemos perdido la cuenta de cuántas veces peinamos a nuestra muñeca favorita, solo que ahora esa muñeca ha cobrado vida.

Vestir a las niñas, todo un desafío:El dilema y a la vez el disfrute de vestir a las niñas nos ubica en dos situaciones distintas según las etapas de la vida de nuestras hijas. Cuando son pequeñas, es como volver a la infancia, pues estamos vistiendo a nuestras muñecas y nos hace felices combinar sus ropitas, los colores, los modelos, los zapatitos. Es que las ropas de las niñas tienen un encanto particular.

Cuando ellas crecen, se vuelven selectivas y quizás las ropas que escojas para ellas nos les gustan, pues han ido adquiriendo su propio estilo y a las madres nos cuesta entender que ya han crecido y que pueden decidir cómo vestirse. Lo que normalmente nos sucede es que elegimos prendas que nos gustan a nosotras y que usaríamos nosotras, pues esto de pertenecer al mismo género nos hace sentirnos demasiado iguales, pero debemos tener en cuenta que mientras crecen irán forjando su propio estilo, sus gustos y sus rasgos característicos.


Las hijas también se revelan:No es tan cierto el hecho de que las niñas sean sumisas y sobre todo con las madres. Justamente por ese factor común que las une, sienten ese sentido de pertenencia que hay entre ambas, que las hace iguales y distintas al mismo tiempo. Las confrontaciones pueden aparecer de tanto en tanto, aunque siempre el amor sea el vínculo afectivo indestructible entre ambas, aunque fluctúe eventualmente y se sientan vulnerables e inseguras. Pese a ello nunca debes dejar de demostrarles a tus hijas que estarás siempre a su lado sea cual sea la circunstancia, pues al final de sus enojos volverán siempre a tus brazos donde saben que están realmente seguras.

Tener hijas, la posibilidad de viajar en el tiempo:Se dice siempre que tener hijos es una bendición, pues cuando se trata de una niña, eso de que hablamos en el fondo nos permite ver que se trata de una oportunidad de reencontrarnos un poco con la niña que fuimos y otro poco con esa niña que no hemos podido ser.


Abrimos el baúl de los recuerdos y en cada etapa de la vida de nuestras hijas, volvemos a vivir nuestra propia infancia, quizás estemos destapando los recuerdos que quedaron dormidos en alguna parte de nuestra memoria pero que no hemos olvidado. Las luces del pasado se vuelven a encender para iluminar nuestro camino a lo largo de la crianza de nuestras hijas.

Hemos de aplicar con nuestras niñas las resoluciones que no surgieron en nuestra niñez, trataremos de aconsejarle sobre aquello que no hemos tenido la oportunidad de interpretar bien y de manera adecuada. La nutriremos de esas cosas que nos agradaría nutrirnos si tuviésemos la misma edad.

Somos madres, pero hemos sido hijas: Concretamente sabemos de ante mano con qué tipo de situaciones nos podemos encontrar a lo largo de la vida de nuestras hijas. A medida que crezcan las acompañaremos en cada una de sus etapas, esas mismas por las que pasamos nosotras y en ese viaje en el tiempo que haremos iremos intentando desenredar la vida con ella, pues ya pasamos por eso y sabemos a ciencia cierta qué podrá dolerle, que le resultará difícil, cuándo necesitará nuestro apoyo y cuándo deberemos permitir que resuelva su vida por sí misma.



Las madres y las hijas llevan consigo una energía especial que las unen desde el momento de su concepción, pues genéticamente les hemos transferido nuestra herencia genética y con ello nuestras emociones y nuestros rasgos característicos. Así como reza la leyenda oriental del hilo rojo que mantiene unidas dos almas gemelas que se amarán por siempre sin importar en donde estén, entre la madre y la hija existe un lazo mágico que las mantiene unidas para siempre en el amor. Comparten el mismo sentir, observarán los avatares de la vida desde una óptica muy similar, una identificación que parte desde lo físico hasta lo más intangible del corazón.

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