A veces no es el amor lo que
se termina, sino la paciencia, esa que dicen que es santa, porque resiste
vientos y mareas y siempre acaba dando más de lo que debería. Ahora bien ¿Cómo
no ofrecerlo todo por esa persona con quien hemos construido un vínculo
afectivo y vital, e incluso un proyecto de vida?
Está claro que queda
justificado el que cedamos en ocasiones más de la cuenta, que perdonemos hoy
mañana y pasado, y que esperemos un poco más con la esperanza de que las cosas
mejoren… Pero en ocasiones, la realidad
acaba cayendo por su propio peso para abrirnos los ojos.
El amor requiere de paciencia
hasta un límite
Nuestro corazón no puede
borrar de la noche a la mañana lo que siente, pero cuando se pierde la
paciencia uno empieza ya a quitarse una tras otra, todas las vendas que lo
cegaban.
Hay quien dice que la
paciencia es una virtud, pero está claro que esta dimensión no puede aplicarse
a todos los ámbitos, y que además, debe tener unos límites. No podemos pasar
una vida entera siendo pacientes viendo cómo se vulneran nuestros derechos,
nuestras necesidades como seres que necesitan reciprocidad, cuidado, afectos y
reconocimiento.
No hay que confundir paciencia
con pasividad: En realidad ahí está la
auténtica clave. Podemos ser pacientes, podemos hacer de la paciencia nuestra
mejor virtud porque nos ayuda a analizar mejor la situación, a saber observar,
a ser reflexivos. No obstante, todo este proceso interior nos debe permitir ver
la auténtica realidad.
Una persona paciente no tiene
por qué ser pasiva. La persona pasiva hace de la tolerancia su forma de vida,
permitiendo abusos hasta experimentar en piel propia como se vulnera su
integridad. Y ello, es algo que nunca debemos permitir.
Los beneficios de ser paciente
pero no pasivo: A la hora de establecer y
mantener una relación afectiva, la paciencia es un pilar en el día a día que
debemos reconocer. Está claro que no tiene por qué gustarnos cada aspecto,
comportamiento o costumbre de nuestras parejas, pero no por ello vamos a actuar
de forma impulsiva echándoselo en cara, y rompiendo la relación.
Somos pacientes, respetamos y
toleramos porque amamos. Porque sabemos también que en toda pareja existe un
tiempo para que las cosas se armonicen, para que todo encaje y comprendamos a
su vez, las necesidades de cada uno.
Ahora bien, la paciencia
requiere a su vez claridad emocional. Debemos saber dónde están los límites y
comprender en qué momento se nos está vulnerando como personas. Como miembros
de una relación afectiva.
No hay que ser pasivos ante
las exigencias cargadas de egoísmos, ante la posición de priorizarse uno por
encima del otro. No hay que cerrar los ojos a las carencias ni ser impasibles
al dolor emocional que nos provocan los vacíos, los desprecios o ese maltrato
sutil ejercido a través de palabras envenenadas. Es aquí donde la paciencia
debe caer, descorrer su velo para ver la verdad.
Cuando se termina la paciencia
llega la decepción porque ya somos conscientes de nuestra realidad en todos sus
matices. En todos sus claroscuros. Ahora bien, esto no significa que debamos
romper al instante esa relación de forma obligatoria, si aún seguimos amando a
la persona.
Es momento de hablar, de poner
en alto cual es la situación y decir lo que sientes y lo que necesitas. No se
trata de evadir el problema. Si ese compromiso nos importa, daremos todo lo que
nos sea posible por mantenerlo.
Ahora bien, para que una
relación prospere o sane esas carencias que nos hacen daño, el esfuerzo debe
ser mutuo. En el instante en que uno ofrece más y el otro solo invierte sus
propias excusas, la paciencia se acaba perdiendo por completo, y con ella, la decepción
se convierte en un abismo insondable.
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