A veces no te hacen favores,
sino que te plantean negocios. Lo malo es que no te lo dicen abiertamente. Todo
lo contrario: hacen pasar su ayuda como un acto de generosidad. Y cuando menos
lo piensas, te sacan en cara lo que hicieron por ti. O peor: te endilgan
obligaciones que jamás aceptaste contraer.
Quienes actúan de esta manera
se escudan detrás de un falso concepto de gratitud. Piensan que en todos los
favores está implícito el compromiso de devolverlos. Nunca se aseguran de
comprobar si el otro también piensa de esa manera. Simplemente aparecen para
cobrar o esperan que tú hagas algo por ellos, incluso sin que te lo pidan. De
lo contrario, montan en cólera y hacen un show de victimismo. Te das cuenta de
que el favor no era un favor, sino una trampa. En estos casos, esa ayuda pone
en marcha un mecanismo de control y manipulación, que el otro activará cuando
le convenga. Y lo que lo hace tramposo es que se trata de una especie de
contrato que nunca lo firmaste. El que te hizo el favor firmó por ti.
Los favores y sus motivaciones:
Hay contextos en los que es claro que si te hacen favores, quedas en deuda. La
política, por ejemplo, es uno de ellos. También ocurre en el ámbito laboral: si
cubres a un compañero esperas que él haga lo mismo por ti, llegado el caso. En
ambos ejemplos hay un factor que vuelve trasparente la ecuación: son favores
entre personas a quienes las une un vínculo práctico, no uno familiar o
afectivo.
Más grave aún cuando tienes
que pagar un favor aguantando el maltrato o la violencia de quien te lo hizo.
No es infrecuente que personas agresivas y conflictivas tiendan también a ser
“generosas” con los demás. Te hacen el favor. Después se enojan, explotan o se
vuelven histéricos. Si no dices nada, todo queda bien. Si dices algo, te echan
en cara el favor que te hicieron. Así te cobran: con impunidad por lo que
hacen. Hasta el abuso sexual a veces se asienta sobre una cadena de favores. También
es frecuente que los favores correspondidos y no correspondidos formen parte
del discurso de quienes se victimizan. Un rasgo usual en quienes sienten
lástima por sí mismos es ese precisamente. Tienen un largo inventario en donde
está consignado todo lo que han hecho por los demás. Y también, por supuesto,
todos los detalles de las ocasiones en que sus múltiples favores no han sido
correspondidos. Esto les ayuda a sostener su sofisma básico: ellos son las
víctimas de los demás.
Una máxima popular dice que un
favor, para que sea favor, debe contar con la ingratitud. En esencia esta
afirmación es completamente válida. El favor es fruto de la generosidad, de la
conciencia de que todo ser humano en estado de necesidad debe ser apoyado por
quienes estén en posibilidad de hacerlo. El pago de todo favor es la
satisfacción que genera en quien lo hace. El que da, muestra capacidad y poder,
en el mejor sentido de esa palabra. ¿Para qué quiere más?.
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