Muchas veces tratamos de vivir
acontecimientos que parecen no estar allí para nosotros, sino que obligamos a
las circunstancias a adaptarse a nuestros aparentes deseos. es como sí, a
fuerza de doblar y deformar las situaciones, o a veces incluso de doblarnos y
deformarnos nosotros, nos obligamos a encajar con aquello que “deseamos” vivir
a como dé lugar. y definitivamente no hay nada más difícil que nadar contra la
corriente.
pero de acuerdo a nuestros
valores occidentales, lograr vencer aún en situaciones donde parece que lo
mejor que podemos hacer es soltar y rendirnos, es considerado un acto heroico y
digno de celebración. y por supuesto que es un acto heroico: sólo un individuo
que esté conectado con una necesidad de ser héroe antepone su propio bienestar
para alcanzar algo que no trae felicidad, sino sensación de triunfo. esto es
importante, felicidad y triunfo no siempre van de la mano, puesto que para que
ese triunfo genere felicidad, debe en primer lugar ofrecer comodidad y no
lucha. y es que muchas veces, luego de lograr imponer nuestros deseos a las
circunstancias, debemos mantener el cauce, obligándolo a que continúe fluyendo
por allí por donde necesitamos que siga, para que las circunstancias nos
ofrezcan esa sensación de bienestar que anhelamos.
entonces, la vida se convierte
en una lucha constante, en donde una y otra vez encausamos las cosas cada vez
que se salen del carril, pues todo en la vida necesita seguir su curso natural,
y no el que deseamos nosotros. una y otra vez, tratando de imponer nuestras
razones, corregimos y obligamos a las circunstancias a parecerse a esa
deformada felicidad que sólo vemos en nuestra cabeza, como una película en
primera persona que no para de mostrar una fantasía que jamás se hará realidad,
sino a golpe y porrazo.
sin embargo, cuando soltamos
las circunstancias, cuando nos liberamos de nuestro deseo de que las cosas
salgan como queremos; y las dejamos fluir –muchas veces incluso partir-, es
como si de manera mágica y milagrosa la vida comienza a acomodarse, se liberan todos
esos diques y paredes que construimos para que las cosas “fluyeran” de acuerdo
a nuestros deseos, y todo comienza a encajar naturalmente. las situaciones se
arreglan en un devenir armonioso y libre de luchas, y comenzamos a sentirnos
relajados y descansados, obviamente porque abandonamos la lucha y la necesidad
de “corregir” el cauce de las cosas.
comienzan, de esta manera, a
llegar cosas a nuestra vida más parecidas a lo que deseamos de forma natural.
comenzamos a percibir otros aspectos de la vida que antes no podíamos observar
pues estábamos demasiado ocupados manteniendo el “orden apropiado” de aquello
que deseábamos desesperadamente.
Dejar que las cosas fluyan no
implica una actitud cómoda y descuidada de la vida; evidentemente, para
mantenernos fluyendo debemos nadar. la reflexión que quiero dejar aquí es que
no es lo mismo mantenerse en la penosa tarea de nadar permanentemente en contra
de la corriente, sino que nos demos cuenta de que si nuestro empeño y esfuerzo
lo hacemos fluyendo en la misma dirección de las cosas, lograremos llegar más
lejos sin sentirnos agotados y frustrados, pues es muy poco, o incluso nada, lo
que logramos avanzar cuando no soltamos aquello que no parece encajar en
nuestra vida.
desde los espacios donde he
logrado soltar y fluir libremente con la vida que deseo, y desde los penosos
caminos que me han tocado transitar a partir de mi terquedad y empeño en
sostener circunstancias imposibles en mi vida; mi alma saluda a tu alma.
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