Es ahí donde empiezan a cuestionarse sobre lo que ha sido su vida y sobre lo que va a ser. Muchas veces, al no encontrar esa respuesta, optan por el suicidio.
“Aunque lo pienso y me lo pregunto con mucha frecuencia, no logro encontrar cuál es el sentido de la vida”. Como este paciente, son cada vez más las personas –no sólo pacientes- que están en una constante búsqueda de un sentido para su vida.
Personas de todas las edades –adolescentes, adultos jóvenes, mayores e incluso niños- que empiezan a preguntarse “para qué estoy aquí”, y se angustian al sentir que no encuentran una respuesta que les haga sentido. Es ahí donde empiezan a cuestionarse sobre lo que ha sido su vida (pasado) y/o sobre lo que va a ser (futuro). Muchas veces, al no encontrar esa respuesta, optan por el suicidio.
Hace unos años me encontré con una persona que al salir de una entrevista de trabajo, a pesar de haber sido contratada, no sabía si “valía la pena vivir o no”. “Una de las cosas que me preguntaron fue cuál es el sentido de mi vida y aunque respondí para no perder la entrevista, no tengo una respuesta. Si a esta edad mi vida no tiene sentido, ¿para qué seguir viviendo?”.
Mientras conversábamos al respecto, ella empezó a mirar hacia atrás en su vida tratando de encontrar en qué momento había perdido el sentido de vivir. Poco a poco se fue dando cuenta de que no sólo no lo había encontrado, sino que el problema real era que siempre lo había buscado en cosas externas: ser una excelente profesional, tener un buen salario, tener vivienda propia, pagarse ella misma su postgrado, formar una familia, entre muchas otras cosas. Y lo que fue más duro para ella fue descubrir que muchas de esas cosas ya las había conseguido y aun así, seguía sintiendo que su vida no tenía mucho sentido.
Recientemente llegó a mi consultorio una joven empresaria inteligente, bonita, estable económicamente, con una familia que ella misma definió como “espectacular”. Sin embargo, llegó emocionalmente devastada porque el novio –con el que pensó que se iba a casar-, había decidido terminar la relación. Me decía que para ella había sido muy inesperado, pues aunque llevaban varios meses peleando con mucha frecuencia, nunca pensó que esto se convirtiera en una razón para terminar.
Me contaba que había intentado convencerlo de todas las maneras para que no terminaran, para que se dieran otra oportunidad, argumentando que tenían una relación muy positiva en la había mucho más que sólo conflictos. Pero él ya había tomado su decisión y ahí se mantuvo. “Después de dos horas y medida de conversación en la que yo le rogué para que no termináramos, finalmente me fui. Salí a caminar para tratar de entender lo que me estaba pasando, de digerir la noticia. Y me di cuenta de que no tengo nada.
El sentido de mi vida era él y al irse, se lo llevó. Mi vida no tiene sentido, siento que no puedo más, que no quiero vivir más”.
Aunque los motivos por los cuales estas personas no le encuentran sentido a su vida son distintos, todos tienen una cosa en común: la búsqueda de ese sentido en algo externo -un cargo laboral, un salario, un apartamento, un viaje, una pareja, entre otras-.
Eso permite comprender que si ese algo no está, si se pierde el cargo laboral o incluso si se alcanza, la siguiente pregunta sea: ¿y ahora qué? Muchas veces cuando ya se han logrado todas esas cosas que supuestamente le dan sentido a la vida -el trabajo, la pareja, el salario, el viaje en vacaciones, el apartamento propio, el postgrado, etc.- es, paradójicamente, el momento en que las personas se detienen a preguntarse cuál es el sentido real de la vida si, a pesar de “tenerlo todo”, lo que sienten es un enorme vacío. En ese momento resurge, ya con un sentido mucho más profundo y perturbador, la misma pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida?
Tener aspiraciones, sueños, proyectarse a un futuro y ponerse metas para alcanzar es maravilloso. Para cualquier persona es muy satisfactorio alcanzar las metas planeadas. El problema está en que si esas metas son siempre cosas externas, en el momento en el que se alcanzan –o no se alcanzan- es tal la sensación de frustración y fracaso, que muchos se sienten incapaces de volver a ponerse otra meta, motivo por el cual acaban renunciando a la vida. Si no tiene sentido o si todo el sentido que tenía ya fue, ¿qué sigue?
Si bien este “tipo” de metas y aspiraciones son importantes a determinado nivel, si son las únicas, la vida nunca adquirirá un verdadero sentido. Sea porque no se alcanzan o porque al alcanzarlas, no se sabe hacia dónde seguir.
Es por eso que el sentido de vida de cada persona depende de sí misma. No en vano a lo largo de la historia los grandes sabios y maestros espirituales han dicho que lo único importante en la vida de cada persona es el trabajo que haga consigo misma. Más allá de la acumulación de dinero, de riqueza, de relaciones, de amistades, en fin, de cosas que, como comienzan y acaban, dejan una mayor sensación de vacío, lo realmente importante es que cada persona desarrolle la capacidad de trabajar en sí misma: de mejorar el mal genio, las reacciones explosivas, de superar los miedos, sobrepasar los rencores, saber pedir disculpas y saber perdonar; dejar de hablar mal de otras personas, de criticar a los demás, trabajar en la envidia que por momentos todos sentimos.
Aprender a desearles el bien a otras personas que no nos caen bien, saber cuándo guardar silencio y cuándo decir lo que pensamos de la manera más apropiada.
Todos los seres humanos compartimos las mismas debilidades en mayor o menor medida. La diferencia está en que algunos ya han empezado a trabajar en sí mismos, lo que sin duda por momentos genera dolor y es difícil; pero ir mejorando esas debilidades es lo que le va dando un verdadero sentido a la vida. “El día que me agarré con mi mamá y logré controlarme y no gritarle, ¡fue lo mejor! Después me sentía tranquila, no me sentía culpable porque no le hice daño a ella ni a mí tampoco.
Me siento tranquila con cosas así y siento que la vida tiene un sentido, que vale la pena”. Para esta paciente una de sus mayores debilidades era que reaccionaba de manera agresiva con las personas a las que más quería, causándoles mucho dolor daño. Aunque después pedía perdón, llegó un punto en el que se dio cuenta que pedir perdón era insuficiente, que lo que necesitaba era aprender a comportarse diferente.
Como ella, cada persona sabe cuáles son sus debilidades, que son también las mejores oportunidades para trabajar en si misma, siendo este el camino para encontrarle un sentido a la propia vida. Nadie puede cambiar por uno, así como nada ni nadie nos puede privar de la satisfacción que nos produce ver los cambios que vamos logrando. De manera que entre mayores sean las debilidades, mayores son las oportunidades para que cada persona vaya encontrándole un sentido a su propia vida.
Un sentido que deja de depender de los demás, de las cosas materiales y de los “ideales” de la sociedad, -“ideales” que son la mayor causa del sufrimiento y la angustia que llevan a tantas personas a sentir que la única salida es el suicidio-. El trabajo en uno mismo es lo que nos permite descubrir ¡el maravilloso sentido que tiene vivir! Y es algo que, por fortuna, sólo depende de uno mismo.
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