
Hay
que saber diferenciar entre sufrimiento y dolor.
Cuando
la vida nos golpea con pérdidas afectivas, entramos en un vacío, un sufrimiento
que en ocasiones hace dudar incluso de si merece la pena estar vivo. En estos difíciles
momentos es frecuente oír propuestas que invitan a pasar la página, dejar el
pasado atrás y mirar el futuro con esperanza.

Pero,
pasar la página puede dañar nuestro equilibrio emocional, porque, al enterrar
la relación, nos enterramos con ella. Toda pérdida (fallecimiento, separación…)
merece un tiempo de análisis, introspección y agradecido recuerdo. Cuanto más
intensa fuera la relación, más tiempo habrá que dedicar, sabiendo que al fin de
una sana “elaboración” no es olvidarla, sino recordarla con sereno
agradecimiento. Adoptar una u otra actitud conlleva importantes consecuencias
en nuestro pasado, presente y futuro afectivo.

Tras
una pérdida, sobre todo inesperada, suele quedarnos una sensación de vacío,
rabia y sufrimiento, porque las cosas no transcurrieron como deseábamos. El
sentimiento de haber desperdiciado el tiempo y frases como “todo lo que hice,
para qué?” o “he perdido los mejores años de mi vida”, ponen de manifiesto que,
junto con la relación, enterramos nuestra autoestima. Si a esto le añadimos el
sentimiento de culpa, el resultado es demoledor para nuestro futuro afectivo.
Pero
arrepintiéndonos o culpándonos de lo ocurrido nos avergonzamos; en cambio
dignificándolo, nos valoramos. No se trata de ocultar lo doloroso ni de inventar
lo que no hubo, sino de entender que, como en toda relación, hubo de todo;
comprendiendo que cada uno, desde su carácter y sus limitaciones, hizo lo que
pudo y supo. El pensamiento sería: “yo quiero aprender de todo esto, y te deseo
de corazón que allí donde estás, tú también aprendas. Gracias por haber estado
aquí”.

Con
esta visión, el tiempo pasado, no es perdido; es un tiempo al servicio de
nuestra autovaloración y crecimiento. Valoro esa relación porque me ha
permitido crecer como persona, aprender de los conflictos, y me despido
agradecidamente, asumiendo la responsabilidad de poner mi atención en las
nuevas relaciones.
El
resultado es la mirada limpia, la autoestima reforzada y el dolor agradecido de
saberme en movimiento. Pero no acaban aquí los beneficios. Partiendo de un
pasado integrado, cambia la forma de abordar un presente.
El
sufrimiento que conlleva una pérdida nos hace vivir un presente negro,
desmoralizador y deprimente. Pues bien, un logro esencial es la transformación
del sufrimiento en dolor. Hay diferencias:

–
Mientras que el sufrimiento es una actividad intelectual (pensamientos,
remordimientos, recuerdos…) localizada en la cabeza, el dolor es emocional y se
ubica en el corazón.
– El
sufrimiento fija su atención en el pasado o el futuro; el dolor, exclusivamente
en el aquí y ahora.
–
Mientras el sufrimiento es hijo del miedo y se cronifica en desesperación, el
dolor es manifestación del amor y se transforma en agradecimiento.
– El
sufrimiento es paralizante, estéril y nos separa del mundo; el dolor es
movimiento, motivo de crecimiento y nos acerca a los demás.

Muchas
veces oímos que cuando una relación termina, otra llenará el vacío… pero no es
así. La vida no trae nuevas etapas, experiencias o relaciones. Trae propuestas
sobre las que hay que decidir si se aceptan o no. ¿Y de qué depende? Del sabor
que nos dejó la relación terminada. Si al mirar nuestro pasado y presente
afectivo vemos tiempo perdido y sufrimiento, difícilmente nos quedarán ganas de
apostar por nuevas experiencias afectivas. Creo que sanear una relación es un
regalo y un homenaje a lo que fuimos, somos y podemos llegar a ser.
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