jueves, 26 de octubre de 2017

Poemas de Nietzsche para enfrentarte al vacío que hay en tu interior



Friedrich Nietzsche es sin duda uno de los filósofos más conocidos aun entre personas no necesariamente especializadas en dicha disciplina.

En este sentido, la suerte de Nietzsche ha sido ambigua, pues si bien goza de ese alto grado de reconocimiento entre los lectores, por otro lado dicha celebridad también se asocia a sus particulares, no todas agradables.

Se sabe de su peculiar temperamento rabioso y usualmente asociamos al filósofo hasta con la apropiación que ideólogos del régimen nazi hicieron de su obra y su figura.

Sin embargo, en defensa de Nietzsche, podría argumentarse que si ha ejercido un alto grado de fascinación en personas de varias épocas, geografías y lenguajes es sobre todo por dos cualidades irrebatibles de su obra.

Por un lado, la exquisitez de su estilo de escritura, la pluma francamente literaria que bien pudo situarlo como una escritor a la altura de Goethe o Rilke...si no hubierar sido filósofo.

Leer algo que además de ser profundo, conmovedor, también está bien escrito, siempre es gratificante para la persona que lo sabe apreciar.


En segundo lugar, más allá de las impresiones superficiales que puede darnos su fama, Nietzsche vació en su obra un profundo amor por la vida. Usualmente se le considera un filósofo pesimista, agrio incluso, que no cesaba de despotricar en contra de la existencia, y quizá esto sea parcialmente cierto, pero si lo hacía así no era gratuitamente sino con un propósito claro: enseñarnos a apreciar mejor la vida.

Existe una leyenda sobre las tres transformaciones del hombre, que cuenta que pasamos de un camello a un león y terminamos en la mejor forma: la de un niño. Cada cuerpo representa una etapa de nuestra vida, que tenemos que dejar atrás para seguir evolucionando.

En primer lugar, como escribió Nietzsche, existen muchas cosas pesadas para el espíritu que, casi como una atracción de imán, necesita el hombre. «¿Qué es pesado?», así pregunta el espíritu de carga y se arrodilla igual que un camello para que lo carguen bien. Haciendo una comparación en nuestra vida común, lo más pesado son todos los problemas y angustias que la cotidianidad crea en nuestras vidas.

Nosotros, al querer parecernos al camello, nos arrodillamos para que echen más peso a nuestros hombros y así sentirnos más útiles, más fuertes y probar nuestro alcance.


Es obvio que éste no es el camino del ser humano. No se puede ni se debe dejar que nos sepulte una tonelada de malestares. No hay necesidad de sacrificarnos. Por eso se propone la segunda transformación: la del león.

Aquí el espíritu, cansado de ser animal de carga, quiere conquistar su libertad como se atrapa a una presa. Enfrentándose, incluso, a las más temibles bestias del mundo. Si antes el camello era dominado por la frase «tú debes», el feroz león ruge con un «yo quiero».

Con esta forma bestial nos liberamos de todo peso. Pero, ¿de qué sirve nuestra victoria si terminamos con el cuerpo desgastado de tan intensas batallas?


Por eso el filósofo alemán propone la mejor transformación: la del niño. Porque sólo en esta figura el ser encuentra el espíritu de la inocencia y el olvido, y al juntarse ambos valores, permiten al hombre conocer todo acerca del mundo, apropiárselo y después olvidarlo para construir un nuevo mundo; el más grande, el más creativo, el más inocente y que él mismo construyo con sus manos.

Quien está consciente de estas transformaciones reinventa su mundo cada día, dando lo mejor de sí con cada respiro y desechando aquello que es inservible para la vida. Esta es una pequeña enseñanza que viene en Así habló Zarathustra, ¿te imaginas que otras grandes lecciones puedes encontrar si abres bien los ojos?

Es por eso que a continuación te presentamos algunos de sus poemas que enseñan una fuente de sabiduría.



"Mi hogar"

Tengo mi hogar y patria en las alturas;
Por esto de subir no siento anhelo
Ni mis ojos levanto nunca al cielo.

Desde arriba yo miro las honduras.
Yo soy uno que debe bendecir,
y todo el que bendice mira al suelo

"Aforismo"

El poeta que, a sabiendas,
Puede en sus versos mentir.
Es el único que en todo
La verdad puede decir.

"Habla el solitario"

¿Tener yo pensamientos? ¡Bueno! ya sé que por señor me quieren.
¿Pero hacerse uno mismo pensamientos?
¡Cuan gustoso olvidara yo tal arte!

A aquel que se fabrica pensamientos
Sus mismos pensamientos lo dominan;
Y yo no quiero servir ahora ni nunca.

"Hacia nuevos mares"

Allí quiero ir; aún confío
en mi aptitud y en mí.
En torno, el mar abierto, por el azul
navega plácida mi barca.

Todo resplandece nuevo y renovado,
dormita en el espacio y el tiempo el mediodía.
Sólo tu ojo — desmesurado
me contempla ¡oh Eternidad!


"Ecce homo"

¡Sí! ¡Sé de dónde procedo!
Insaciable cual la llama
quemo, abraso y me consumo.
Luz se vuelve cuanto toco
y carbón cuanto abandono:
llama soy sin duda alguna.

¡Hombre! ¡Presta atención!

¡Hombre! ¡Presta atención!
¿Qué dice la profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía —
De un profundo sueño desperté: —

El mundo es profundo,
y pensado aún más profundo que el día.
Profundo es su dolor —,
el gozo — más profundo aún que el sufrimiento.
Dice el dolor: ¡pasa!
Mas todo gozo quiere eternidad,
— ¡quiere profunda, profunda eternidad!».

"Entre amigos" Un epílogo 1

Hermoso es compartir el silencio,
más hermoso es compartir la risa —
tumbado sobre el musgo a la sombra del haya,
bajo un cielo de seda
reír alegre entre amigos
dejando ver los blancos dientes.

Si lo hice bien, callemos,
si lo hice mal, riamos,
y hagámoslo siempre peor,
hagámoslo peor, y maliciosos riamos
hasta ascender a nuestra sepultura.
¡Amigos! ¡Sí! ¿Así ha de suceder?
Hasta la vista. ¡Amén!

¡Ni disculpas, ni perdón!
Envidiad alegres, cordialmente libres,
el tono, el corazón y la hospitalidad
de este libro tan poco razonable!
Creedme, amigos, ¡no para ser maldita
me fue concedida mi sinrazón!

Lo que yo encuentro, lo que yo busco,
¿estaba ya en algún libro?
¡Honrad en mí la secta de los locos!
¡Aprended de este libro enloquecido
cómo la razón — «entra en razón»!
Ea, amigos, ¿ha de suceder?
Hasta la vista. ¡Amén!

"Para bailarines"

Hielo liso,
un paraíso
para quien bailar bien quiso.

"La gaya ciencia"

Esto no es un libro: ¡qué encierran los libros,
esos sarcófagos y sudarios!

El pasado es su botín:
pero aquí vive un eterno Presente.
Esto no es un libro: ¡qué encierran los libros!
¡qué encierran sarcófagos y sudarios!

Esto es una voluntad, una promesa,
esto es un viento marino, un levar anclas,
esto es una última ruptura de puentes,
un rugido de engranajes, un gobernar el timón;
¡brama el cañón, blanco humea su fuego,
ríe el mar, la inmensidad!

"A la melancolía"

No te enojes conmigo, melancolía,
porque tome la pluma para alabarte
y, alabándote, incline la cabeza
sentado sobre un tronco como un anacoreta.
Así me contemplaste ayer, como otras muchas veces,
bajo los matinales rayos del cálido sol:
Ávido el buitre graznaba en el valle,
soñándome carroña sobre madera muerta.

¡Te equivocaste, pájaro devastador,
aunque momificado descansara en mi leño!
No viste mi mirada llena de placer
pasear en derredor altiva y ufana;
y que cuando insidiosa no mira a tus alturas,
extinta para las nubes más lejanas,
se hunde en lo más profundo de sí misma
para radiante iluminar el abismo del ser.

Muchas veces sentado en soledad profunda,
encorvado, cual bárbaro oferente,
pensaba en ti, melancolía.

¡Penitente, pese a mis pocos años!
Sentado así, me complacía el vuelo del buitre,
el estruendo de la avalancha,
y tú, inepta quimera de los hombres,
me hablabas con verdad, mas con horrible y severo semblante.

Acerba diosa de la abrupta naturaleza,
amiga mía, te complaces en manifestarte a mi alrededor
y en mostrarme amenazante el rastro del buitre
y el goce de la avalancha, para aniquilarme.

En torno a mí respira enseñando los dientes
la apetencia de muerte:
¡torturante avidez que amenaza la vida!

Seductora sobre la inmóvil estructura de la roca
la flor suspira por las mariposas.
Todo esto soy —me estremezco al sentirlo—:
mariposa seducida, flor solitaria,
buitre y rápido torrente de hielo,
gemido de la tormenta — todo para ensalzarte,
fiera diosa, ante quien profundamente inclino la cabeza,
y suspirando entono un cántico monstruoso de alabanza,
sólo para ensalzarte, ¡que con cordura
de vida, vida, vida esté sediento!

No te enojes conmigo, divinidad malvada,
porque con rimas dulcemente te orne.
Aquel a quien te acercas se estremece ¡oh rostro terrorífico!
Aquel a quien alcanzas se conmueve, ¡oh malvado derecho!

Y yo aquí estremeciéndome balbuceo canto
tras canto y me convulsiono en rítmicas figuras:
fluye la tinta, salpica la pluma afilada,

¡oh diosa, diosa, déjame — déjame hacer mi voluntad!

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