Friedrich Nietzsche
es sin duda uno de los filósofos más conocidos aun entre personas no
necesariamente especializadas en dicha disciplina.
En este sentido, la
suerte de Nietzsche ha sido ambigua, pues si bien goza de ese alto grado de
reconocimiento entre los lectores, por otro lado dicha celebridad también se
asocia a sus particulares, no todas agradables.
Se sabe de su
peculiar temperamento rabioso y usualmente asociamos al filósofo hasta con la
apropiación que ideólogos del régimen nazi hicieron de su obra y su figura.
Sin embargo, en
defensa de Nietzsche, podría argumentarse que si ha ejercido un alto grado de
fascinación en personas de varias épocas, geografías y lenguajes es sobre todo
por dos cualidades irrebatibles de su obra.
Por un lado, la exquisitez
de su estilo de escritura, la pluma francamente literaria que bien pudo
situarlo como una escritor a la altura de Goethe o Rilke...si no hubierar sido
filósofo.
Leer algo que además
de ser profundo, conmovedor, también está bien escrito, siempre es gratificante
para la persona que lo sabe apreciar.
En segundo lugar,
más allá de las impresiones superficiales que puede darnos su fama, Nietzsche
vació en su obra un profundo amor por la vida. Usualmente se le considera un
filósofo pesimista, agrio incluso, que no cesaba de despotricar en contra de la
existencia, y quizá esto sea parcialmente cierto, pero si lo hacía así no era
gratuitamente sino con un propósito claro: enseñarnos a apreciar mejor la vida.
Existe una leyenda
sobre las tres transformaciones del hombre, que cuenta que pasamos de un
camello a un león y terminamos en la mejor forma: la de un niño. Cada cuerpo
representa una etapa de nuestra vida, que tenemos que dejar atrás para seguir
evolucionando.
En primer lugar,
como escribió Nietzsche, existen muchas cosas pesadas para el espíritu que,
casi como una atracción de imán, necesita el hombre. «¿Qué es pesado?», así
pregunta el espíritu de carga y se arrodilla igual que un camello para que lo
carguen bien. Haciendo una comparación en nuestra vida común, lo más pesado son
todos los problemas y angustias que la cotidianidad crea en nuestras vidas.
Nosotros, al querer
parecernos al camello, nos arrodillamos para que echen más peso a nuestros
hombros y así sentirnos más útiles, más fuertes y probar nuestro alcance.
Es obvio que éste no
es el camino del ser humano. No se puede ni se debe dejar que nos sepulte una
tonelada de malestares. No hay necesidad de sacrificarnos. Por eso se propone
la segunda transformación: la del león.
Aquí el espíritu,
cansado de ser animal de carga, quiere conquistar su libertad como se atrapa a
una presa. Enfrentándose, incluso, a las más temibles bestias del mundo. Si
antes el camello era dominado por la frase «tú debes», el feroz león ruge con
un «yo quiero».
Con esta forma
bestial nos liberamos de todo peso. Pero, ¿de qué sirve nuestra victoria si
terminamos con el cuerpo desgastado de tan intensas batallas?
Por eso el filósofo
alemán propone la mejor transformación: la del niño. Porque sólo en esta figura
el ser encuentra el espíritu de la inocencia y el olvido, y al juntarse ambos
valores, permiten al hombre conocer todo acerca del mundo, apropiárselo y
después olvidarlo para construir un nuevo mundo; el más grande, el más
creativo, el más inocente y que él mismo construyo con sus manos.
Quien está
consciente de estas transformaciones reinventa su mundo cada día, dando lo
mejor de sí con cada respiro y desechando aquello que es inservible para la
vida. Esta es una pequeña enseñanza que viene en Así habló Zarathustra, ¿te
imaginas que otras grandes lecciones puedes encontrar si abres bien los ojos?
Es por eso que a
continuación te presentamos algunos de sus poemas que enseñan una fuente de
sabiduría.
"Mi hogar"
Tengo mi hogar y
patria en las alturas;
Por esto de subir no
siento anhelo
Ni mis ojos levanto
nunca al cielo.
Desde arriba yo miro
las honduras.
Yo soy uno que debe
bendecir,
y todo el que
bendice mira al suelo
"Aforismo"
El poeta que, a
sabiendas,
Puede en sus versos
mentir.
Es el único que en
todo
La verdad puede
decir.
"Habla el
solitario"
¿Tener yo
pensamientos? ¡Bueno! ya sé que por señor me quieren.
¿Pero hacerse uno
mismo pensamientos?
¡Cuan gustoso
olvidara yo tal arte!
A aquel que se
fabrica pensamientos
Sus mismos pensamientos
lo dominan;
Y yo no quiero
servir ahora ni nunca.
"Hacia nuevos
mares"
Allí quiero ir; aún
confío
en mi aptitud y en
mí.
En torno, el mar
abierto, por el azul
navega plácida mi
barca.
Todo resplandece
nuevo y renovado,
dormita en el espacio
y el tiempo el mediodía.
Sólo tu ojo —
desmesurado
me contempla ¡oh
Eternidad!
"Ecce
homo"
¡Sí! ¡Sé de dónde
procedo!
Insaciable cual la
llama
quemo, abraso y me
consumo.
Luz se vuelve cuanto
toco
y carbón cuanto
abandono:
llama soy sin duda
alguna.
¡Hombre! ¡Presta
atención!
¡Hombre! ¡Presta
atención!
¿Qué dice la
profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía —
De un profundo sueño
desperté: —
El mundo es
profundo,
y pensado aún más
profundo que el día.
Profundo es su dolor
—,
el gozo — más
profundo aún que el sufrimiento.
Dice el dolor:
¡pasa!
Mas todo gozo quiere
eternidad,
— ¡quiere profunda,
profunda eternidad!».
"Entre
amigos" Un epílogo 1
Hermoso es compartir
el silencio,
más hermoso es
compartir la risa —
tumbado sobre el
musgo a la sombra del haya,
bajo un cielo de
seda
reír alegre entre
amigos
dejando ver los
blancos dientes.
Si lo hice bien,
callemos,
si lo hice mal,
riamos,
y hagámoslo siempre
peor,
hagámoslo peor, y
maliciosos riamos
hasta ascender a
nuestra sepultura.
¡Amigos! ¡Sí! ¿Así
ha de suceder?
Hasta la vista.
¡Amén!
¡Ni disculpas, ni
perdón!
Envidiad alegres,
cordialmente libres,
el tono, el corazón
y la hospitalidad
de este libro tan
poco razonable!
Creedme, amigos, ¡no
para ser maldita
me fue concedida mi
sinrazón!
Lo que yo encuentro,
lo que yo busco,
¿estaba ya en algún
libro?
¡Honrad en mí la
secta de los locos!
¡Aprended de este
libro enloquecido
cómo la razón —
«entra en razón»!
Ea, amigos, ¿ha de
suceder?
Hasta la vista.
¡Amén!
"Para
bailarines"
Hielo liso,
un paraíso
para quien bailar
bien quiso.
"La gaya
ciencia"
Esto no es un libro:
¡qué encierran los libros,
esos sarcófagos y
sudarios!
El pasado es su
botín:
pero aquí vive un
eterno Presente.
Esto no es un libro:
¡qué encierran los libros!
¡qué encierran
sarcófagos y sudarios!
Esto es una
voluntad, una promesa,
esto es un viento
marino, un levar anclas,
esto es una última
ruptura de puentes,
un rugido de
engranajes, un gobernar el timón;
¡brama el cañón,
blanco humea su fuego,
ríe el mar, la
inmensidad!
"A la
melancolía"
No te enojes
conmigo, melancolía,
porque tome la pluma
para alabarte
y, alabándote,
incline la cabeza
sentado sobre un
tronco como un anacoreta.
Así me contemplaste
ayer, como otras muchas veces,
bajo los matinales
rayos del cálido sol:
Ávido el buitre
graznaba en el valle,
soñándome carroña
sobre madera muerta.
¡Te equivocaste,
pájaro devastador,
aunque momificado
descansara en mi leño!
No viste mi mirada
llena de placer
pasear en derredor
altiva y ufana;
y que cuando
insidiosa no mira a tus alturas,
extinta para las
nubes más lejanas,
se hunde en lo más
profundo de sí misma
para radiante
iluminar el abismo del ser.
Muchas veces sentado
en soledad profunda,
encorvado, cual
bárbaro oferente,
pensaba en ti,
melancolía.
¡Penitente, pese a
mis pocos años!
Sentado así, me
complacía el vuelo del buitre,
el estruendo de la
avalancha,
y tú, inepta quimera
de los hombres,
me hablabas con
verdad, mas con horrible y severo semblante.
Acerba diosa de la
abrupta naturaleza,
amiga mía, te
complaces en manifestarte a mi alrededor
y en mostrarme
amenazante el rastro del buitre
y el goce de la
avalancha, para aniquilarme.
En torno a mí
respira enseñando los dientes
la apetencia de
muerte:
¡torturante avidez
que amenaza la vida!
Seductora sobre la
inmóvil estructura de la roca
la flor suspira por
las mariposas.
Todo esto soy —me
estremezco al sentirlo—:
mariposa seducida,
flor solitaria,
buitre y rápido
torrente de hielo,
gemido de la tormenta
— todo para ensalzarte,
fiera diosa, ante
quien profundamente inclino la cabeza,
y suspirando entono
un cántico monstruoso de alabanza,
sólo para
ensalzarte, ¡que con cordura
de vida, vida, vida
esté sediento!
No te enojes
conmigo, divinidad malvada,
porque con rimas
dulcemente te orne.
Aquel a quien te
acercas se estremece ¡oh rostro terrorífico!
Aquel a quien
alcanzas se conmueve, ¡oh malvado derecho!
Y yo aquí
estremeciéndome balbuceo canto
tras canto y me
convulsiono en rítmicas figuras:
fluye la tinta,
salpica la pluma afilada,
¡oh diosa, diosa,
déjame — déjame hacer mi voluntad!
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