En ocasiones, la pareja, esa
sociedad de dos que hemos formado, se viene abajo. ¿Cómo continuar entonces?
¿Cómo manejar el dolor de la separación?
Normalicemos nuestros
sentimientos. En una situación así, cualquier tipo de emoción, por extraña y
contradictoria que parezca, puede ser absolutamente normal.
Démonos tiempo para elaborar
el duelo por la pérdida, tenemos que tener paciencia porque esto puede
llevarnos meses, incluso un año o dos.
Distanciémonos de nuestra ex
pareja: guardemos los recuerdos, evitemos los sitios donde podemos encontrarnos
con nuestro ex, dejemos de buscar información sobre el otro, cortemos el
contacto o limitémoslo al estrictamente necesario.
Cuidado con idealizar al
otro y a la relación. Cada día dedicar unos minutos a pensar un par de cosas
negativas de nuestro ex y de cosas positivas de nuestra vida actual puede
resultarnos de mucha ayuda para reequilibrar esta idealización y ver con optimismo
nuestra situación actual.
Forcémonos a mantenernos
ocupados, si puede ser con actividades placenteras, mejor, eso ayudará a que
nos distraigamos, no demos demasiadas vueltas a las preocupaciones, y a que
poco a poco recuperemos un buen estado de ánimo.
Cuidémonos. Cuidemos nuestra
alimentación, las horas de sueño, hagamos deporte, eso nos ayudará a afrontar
con más fortaleza nuestra ruptura.
Controlemos la ansiedad con
técnicas de relajación muscular, respiración, realizando ejercicio físico, actividades
relajantes… No nos permitamos dar rienda suelta a nuestros pensamientos
negativos y entendamos que la ansiedad es una respuesta normal de la que no
tenemos que asustarnos.
Tengamos cuidado con la
manera en la que nos hablamos.
De la forma en la que interpretemos las cosas se
van a derivar nuestras emociones y nuestros comportamientos. Nuestra autoestima
también será muy sensible al modo en el que nos hablemos. Intentemos tratarnos
como trataríamos a nuestro ser más querido.
Perdonémonos y perdonemos al
otro. Perdonando a nuestra ex pareja evitamos que ésta siga influyendo en
nuestras vidas. Perdonándonos a nosotros mismos conseguiremos continuar
adelante con la cabeza bien alta, asumiendo los errores y aprendiendo de ellos.
Afrontemos los miedos y preocupaciones.
Racionalicemos nuestros pensamientos, limitemos el tiempo en el que nos
permitimos darle vueltas a lo que nos preocupa, analicemos los problemas
objetivamente y tratemos de buscar soluciones.
Expresemos adecuadamente
nuestro malestar: no seamos víctimas, ni verdugos. Tampoco hagamos chantajes
emocionales, eso no nos dará la dignidad ni el respeto que merecemos.
Busquemos el apoyo de
nuestros seres queridos, nos sentiremos menos solos y con fuerzas para
continuar adelante, pero no exijamos. No podemos saturar a los demás con
nuestros problemas. Tampoco busquemos apoyo en quienes no les corresponde: ni
nuestros hijos ni nuestra ex pareja son el hombro adecuado sobre el que llorar.
Aprendamos a disfrutar de la
soledad. Si hay una persona que puede convertirse en nuestro mejor amigo, somos
nosotros mismos. Aprendamos a disfrutar de nuestra compañía.
Planteémonos nuevos
objetivos personales y vitales pero hagámoslo poco a poco, sin angustias,
aceptando que todo proceso lleva su tiempo y que nosotros también lo
necesitamos para ir adaptándonos a la nueva situación.
No confundamos los
sentimientos intentando crear una relación de “amistad” con nuestra antigua
pareja. Saquemos al otro de nuestro universo emocional y, si no es posible como
sucede cuando tenemos hijos en común, establezcamos una relación “práctica”
entre nosotros.
Si tenemos hijos,
comuniquemos la decisión de separarnos con normalidad, sin dramas, reproches ni
mentiras, explicando las cosas de un modo que puedan comprender, pero sin darles
información que no necesitan saber y que puede dañar la relación con alguno de
los padres.
No confundamos el apoyo
emocional que nuestros hijos pueden necesitar con permisividad y
consentimiento. Démosles el papel que les corresponde: ni son el hombro en el
que apoyarnos ni el arma arrojadiza para hacer daño a nuestra ex pareja.
Pongamos límites a las
familias, propia y política, para que no se entrometan en nuestras vidas.
Tampoco los utilicemos como intermediarios: una relación de pareja es cosa de
dos y su ruptura, también.
No privemos a nuestros hijos
de la relación con la familia de nuestra ex pareja. Mantengamos un contacto
educado, correcto, en aquellas ocasiones en las que sea necesario coincidir con
ella.
Si vemos que nos resulta
demasiado difícil recuperar nuestro bienestar tras la ruptura, busquemos
asesoramiento en un profesional quien nos ayudará a salir reforzados de esta
crisis.
En definitiva, intentemos
continuar con nuestra vida estableciendo relaciones sanas con nosotros mismos y
con nuestro entorno. La relación con nuestra pareja pudo ser bonita mientras
duró, pero también puede serlo el futuro si no nos olvidamos de descubrir día a
día la cantidad de oportunidades que la vida nos ofrece para ser felices.
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