No importa si no te drogas
ni bebes ni fumas; puedes tener una adicción aun más letal y maligna: una
dependencia a las personas. Ésta es igual de nociva y peligrosa que una
sustancia, pues modifica la conducta, crea ansiedad, genera cambios de humor e
–incluso– provoca el abandono de actividades que antes se disfrutaban.
Es bien cierto que, de
manera inevitable, todos dependemos en cierto grado de otras personas. Desde lo
que comemos pues dependemos de quien lo siembra y de quien lo vende hasta las
necesidades emocionales básicas,cariño y protección. Sin embargo, hay quienes
llevan estas necesidades a un grado dañino que los orilla a negarse a sí mismos
con tal de pertenecer.
Solomon Asch psicólogo
estadounidense fue quien confirmó de manera científica con un experimento
sumamente sencillo que la dependencia a los demás es real y muy peligrosa.
Asch citó a 123 alumnos e
hizo grupos de ocho. En cada uno aisló a un miembro, mientras con los otros 7
acordó que darían respuestas equivocadas en el test de percepción que les
realizaría (esas respuestas erróneas eran la 1, 2 o 3). Los voluntarios sólo
debían elegir la línea que se pareciera más a otra previamente mostrada. Como
lo habían planeado, los cómplices del psicólogo daban una respuesta incorrecta.
Al final, el voluntario aislado —quien no sabía del acuerdo pactado— opinaba lo
mismo que ellos. Es decir, aunque era muy obvio que la respuesta correcta no
era la del resto de sus compañeros, éste respondía exactamente lo mismo que los
demás.
Al término de este estudio
se observó que sólo el 25 % de los encuestados se atrevió a expresar una
opinión distinta del resto y la mayoría asintió a una respuesta que sabía
errónea sólo para no verse diferente a los demás. Esto dio a Solomon Asch las
bases para establecer que la conducta humana es, generalmente, fácilmente
manipulable.
Según él existe un miedo
inconsciente de sobresalir del resto porque eso implicaría que los otros se
sintieran amenazados con nuestras conductas. Esa es la razón por la que, aunque
tenían las respuestas correctas, los participantes prefirieron fallar antes que
quedar mal con sus semejantes.
Pero, ¿por qué los seres
humanos siguen a la mayoría?, ¿qué hay de malo en discernir cuando se tiene una
razón válida para ello?
De acuerdo al síndrome de
Salomon, tememos sentirnos vulnerables, rechazados o excluidos de nuestro
círculo social. El miedo es inversamente proporcional a nuestra autoestima;
entre menos amor propio tengamos, más pavor experimentamos a no “enganchar con
los demás”. En cambio, una autoestima sana no se verá limitada por este tipo de
temores.
Otros signos de baja
autoestima:
Incomodidad frente a los
buenos comentarios:Si alguien les dice “¡qué
bien te ves hoy!”, “hiciste esto muy bien”, no sólo dudan de que sea cierto,
sino que se sienten sumamente incómodos.
Dificultad para tomar
decisiones:Alguien con baja autoestima
es muy indeciso. Le cuesta trabajo decidir mucho más si hay otra persona
implicada en ello y temen equivocarse.
Comparación y envidia:Puede tener una vida plena,
con cosas valiosas a su alrededor; sin embargo, piensa que lo que tiene siempre
es menos de lo que tienen los demás.
No expresan su opinión
aunque quieran:Aunque tengan criterios
valiosos y ellos mismos lo sepan, no expresan su opinión por temor al “qué
dirán”, creen que todo lo que salga de sus bocas está equivocado o no vale la
pena.
El instinto de compañía es
natural: querer embonar con otros es algo que nadie puede juzgar como anormal.
Sin embargo, cuando esa actitud empieza a menoscabar en la seguridad de las
personas es cuando se convierte en un problema.
Todo el mundo tiene opiniones
sobre los demás, buenas y malas. Diferir en esa perspectiva hace que los seres
humanos sean únicos e irrepetibles. Por eso, negar ser quien eres sólo por
tratar de quedar bien es una manera de negarte a ti mismo, además de
boicotearte y demostrar tus inseguridades. Hay que saber discernir y respetar
las ideas propias, porque defenderlas es una manera de respetarte.
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