En 1969, John Martin, editor
de Black Sparrow le hizo la siguiente oferta a Charles Bukowski mediante una
carta. La nota decía que se le ofrecía 100 dólares mensuales de por vida al
escritor, para que este dejase el trabajo que realizaba por entonces (era
cartero en el servicio postal de Estados Unidos y llevaba trabajando allí unos
15 años) para que se dedicara en exclusividad a escribir. Bukowski, cómo no,
aceptó la oferta y dos años más tarde entregó a la editorial Black Sparrow su
primera novela “El Cartero”.
La carta
La carta de respuesta para
John decía algo así:
12 de agosto de 1986
Hola, John:
Gracias por la carta. A
veces no duele tanto recordar de dónde venimos. Y tú conoces los lugares de
donde yo vengo. Incluso las personas que intentan escribir o hacer películas al
respecto, no lo entienden bien. Lo llaman “De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a
5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu
trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca
se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete
dispuesto a tomar tu lugar.
Ya conoces mi viejo dicho:
“La esclavitud nunca fue abolida, sólo se amplió para incluir todos los
colores”.
Lo que duele es la pérdida
constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener trabajos que no
quieren pero temen una alternativa peor. Pasa, simplemente, que las personas se
vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona sus
ojos. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo.
Cuando era joven no podía
creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy
viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por
un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños que harán justo las mismas
cosas?
Desde siempre, cuando era
bastante joven e iba de trabajo en trabajo, era suficientemente ingenuo para a
veces decirle a mis compañeros: “¡Eh! El jefe podría venir en cualquier momento
y echarnos, así como así, ¿no se dan cuenta?”.
Ellos lo único que hacían
era mirarme. Les estaba ofreciendo algo que ellos no querían hacer entrar a su
mente.
Ahora, en la industria, hay
muchísimos despidos (acererías muertas, cambios técnicos y otras circunstancias
en el lugar de trabajo). Los despidos son por cientos de miles y sus rostros
son de sorpresa:
“Estuve aquí 35 años…”.
“No es justo…”.
“No sé qué hacer…”.
A los esclavos nunca se les
paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que
sobrevivan y regresen a trabajar. Yo podía verlo. ¿Por qué ellos no? Me di
cuenta de que la banca del parque era igual de buena, que ser cantinero era
igual de bueno. ¿Por qué no estar primero aquí antes de que me pusiera allá?
¿Por qué esperar?
Escribí con asco en contra
de todo ello. Fue un alivio sacar de mi sistema toda esa mierda. Y ahora estoy
aquí: un “escritor profesional”. Pasados los primeros 50 años, he descubierto
que hay otros ascos más allá del sistema.
Recuerdo que una vez,
trabajando como empacador en una compañía de artículos de iluminación, uno de
mis compañeros dijo de pronto: “¡Nunca seré libre!”.
Uno de los jefes caminaba
por ahí (su nombre era Morrie) y soltó una carcajada deliciosa, disfrutando el
hecho de que ese sujeto estuviera atrapado de por vida.
Así que la suerte de,
finalmente, haber salido de esos lugares, sin importar cuánto tiempo tomó, me
ha dado una especie de felicidad, la felicidad alegre del milagro. Escribo
ahora con una mente vieja y con un cuerpo viejo, mucho tiempo después del que la
mayoría creería en continuar con esto, pero dado que empecé tan tarde, me debo
a mí mismo ser persistente, y cuando las palabras comiencen a fallar y tenga
que recibir ayuda para subir las escaleras y no pueda distinguir un azulejo de
una grapa, todavía sentiré que algo dentro de mí recordará (sin importar qué
tan lejos me haya ido) cómo llegué en medio del asesinato y la confusión y la
pena hacia, al menos, una muerte generosa.
No haber desperdiciado por
completo la vida parece ser un logro, al menos para mí.
Tu muchacho,
Hank
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