Los que ya no están duermen
en lo más hondo de nuestro corazón, pero muchas de esas ausencias siguen siendo
abismos de dolor en nuestra memoria: porque nos dejaron sin poder darles un
adiós, se fueron sin un “te quiero” o puede que incluso sin un “lo siento”.
Esta angustia vital dificulta en muchos casos el adecuado proceso del duelo.
La muerte, debería ser como
una despedida en el andén de un tren. Ahí donde disponer de un breve intervalo
de tiempo donde tener esa última conversación, donde ofrecer un largo abrazo y
dejar ir con un hasta luego sosegado, teniendo plena confianza de que todo va a
ir bien. Sin embargo, nada de esto es posible.
Los que nos dejaron no están
ausentes, los mantenemos en cada latido de nuestro corazón, reposan en nuestra
mente y nos dan fuerza cada día mientras los honramos con una sonrisa…
Anne Morrow Lindberg,
célebre escritora y aviadora de principios del siglo XX, explicaba en su
biografía que el dolor, al contrario de lo que piensan muchos, no es universal.
El sufrimiento es algo tan personal, profundo y descarnado que solo uno mismo
puede entenderlo para iniciar, poco a poco, un lento proceso de reconstrucción
interior.
Porque la muerte no sabe de
despedidas y eso es algo que debemos asumir tarde o temprano. Te invitamos a
reflexionar sobre ello.
Los que nos dejaron sin
pedir permiso ni decir adiós
A menudo suele decirse que
el único aspecto “positivo” de las enfermedades terminales es que, de algún
modo, permiten a la persona ir asumiendo e incluso preparando su proceso de
despedida o lo que ahora se conoce como “el buen morir”. No obstante, por muy
preparada que esté la familia ante ese instante o ese “desprendimiento”, en
ocasiones, lejos de sentirse aliviadas lo viven también como algo traumático.
Ahora bien, los que nos
dejaron sin pedir permiso ni decir adiós son sin duda las ausencias que más
dificultad nos provocan a la hora de iniciar nuestro proceso del duelo a lo
largo de esas 5 etapas del modelo de Kübler-Ross. Lo habitual, es quedar
encallado en los sentimientos de incredulidad y negación, hasta derivar, en el
peor de los casos, en un estado de desorganización vital marcado por la ira
crónica o la depresión.
La muerte inesperada de un
ser querido supone algo más que un impacto emocional intenso. La pérdida deja
muchos cabos sueltos, asuntos pendientes, palabras no dichas, arrepentimientos
no disculpados y la desesperada necesidad de haber podido dar un adiós. Las
respuestas a todo ello estará entonces en nuestro interior, y es ahí donde
tendremos que refugiarnos durante un tiempo determinado para encontrar la
calma, el alivio y la aceptación.
Cómo afrontar la pérdida de
un ser querido cuando no hemos podido despedirnos
Decía Jim Morrison que las
personas solemos tener más miedo al dolor que a la muerte, cuando en realidad,
es la propia muerte quien finalmente alivia el dolor. No obstante, el famoso
cantautor de “The Doors” se olvidaba de algo esencial, puesto que tras el
fallecimiento se inicia otro tipo de sufrimiento: el de los familiares, los
amigos, las parejas…
La muerte nunca es del todo
real, nunca es del todo auténtica… Porque la única forma perder por siempre a
una persona es mediante el olvido, mediante el vacío del “no-recuerdo”.
Algo que debemos tener muy
claro desde el inicio, es cada persona va a vivir el duelo de un modo
particular. No hay tiempos ni una estrategia que nos sirva a todos por igual.
Además, ese dolor que tanto paraliza al inicio, que quita el aire y que nos arrebata
incluso el alma en los primeros días, semanas o meses, se acaba suavizando.
Porque aunque lo creamos casi imposible… Se sobrevive.
Aprender a decir adiós a
quien no tuvo su oportunidad
Los que nos dejaron con
tantos vacíos, preguntas no respondidas, palabras no dichas y sin ese adiós
necesitado, no van a volver. Es algo que debemos asumir, afrontar y aceptar.
Ahora bien algo que debe ofrecernos alivio es recordar que esa persona nos
quería y que el amor era recíproco.
-Evita centrar tus
pensamientos en el día de la pérdida, retrocede en tu máquina del tiempo mental
hacia esos instantes de cariño compartido, a esos instantes de felicidad e
ilusión. Es ahí, donde se hallan las respuestas a tus preguntas: esa persona
sabía que era querida.
-Escribe una carta con todo
lo que desearías haberle dicho o si lo prefieres, háblale mentalmente o en voz
alta facilitando así el desahogo. Después, visualiza un instante de armonía
compartido con esa persona, un momento de paz y felicidad donde lo veas o la
veas sonreir. Siéntete querido, siéntete reconfortado/a.
-Si lo prefieres, puedes
repetir este ejercicio tantos días como lo necesites. No obstante, también es
adecuado compartir tiempo con otros familiares y amigos, los cuales, sin lugar
a dudas, también te darán las respuestas que necesitas. Te convencerán de que a
pesar de no haber tenido esa despedida, la otra persona sabía muy bien cuánto
la querías.La herida de la pérdida, de esa ausencia tan dolorosa e inesperada,
irá cauterizándose con el tiempo. A pesar de que son vacíos que nunca llegan a
olvidarse, lo creamos o no, nuestro cerebro está “programado” para superar la
adversidad debido a ese instinto casi innato por seguir avanzando. Por
sobrevivir.Para ello, basta con cuidarnos y atendernos como quien recompone una
delicada pieza de porcelana fragmentada. La uniremos de nuevo con buenos
recuerdos que honren al ser querido y con esa materia de la que están hechos
los amores que no se olvidan, el cariño más sincero e imborrable y ese legado
emocional que nos servirá como barniz para ser mucho más fuertes y valientes el
día de mañana.