
Hay muchas
realidades que parecen amor, pero no lo son. Se trata de situaciones que dan
origen a vínculos estrechos y, por lo general, muy duraderos. En el fondo no
hay afecto real, sino un conjunto de limitaciones o problemáticas que sustentan
el lazo.
El amor genuino se
caracteriza porque alimenta el crecimiento mutuo. Implica generosidad y
libertad. Es más real cuanto más promueva la autonomía de los involucrados.
Esto incluye todas las formas de amor: de madre o padre, de pareja, etc.

“No hay disfraz que
pueda ocultar largo tiempo al amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay”.
-François de la Rochefoucauld-
A veces el verdadero
afecto se confunde con otras realidades que parecen amor, sin serlo. Estas
realidades suelen involucrar sentimientos muy intensos. Se experimentan desde
el fondo del alma, pero muchas veces excluyen el respeto y una verdadera
valoración del otro. Nacen de deseos o necesidades egoístas y se mantienen por
los beneficios que producen. Estas son algunas de ellas:
Sobreprotección, una
de las realidades que parecen amor
La sobreprotección
es una de esas realidades que parecen amor, pero que no lo es, por mucho que
dicha actitud parta de él. Se trata de una modalidad de comportamiento que se
da sobre todo entre padres e hijos. Sin embargo, también es frecuente que
aparezca en pareja, entre amigos y en diferentes vínculos de jerarquía.

La sobreprotección
representa un afán excesivo por evitar daños o sufrimientos a otra persona, a
la que normalmente se toma por vulnerable o indefensa. Cuando amamos a alguien,
es obvio que deseamos solo el bien para esa persona. Sin embargo, alguien
excesivamente ansioso puede ver peligros en donde no los hay o
sobredimensionarlos en caso de que existan. En este sentido, las personas
sobreprotectoras suelen ignorar el hecho de que las malas experiencias son
fuente de aprendizaje.

Si se dice que es
una de las realidades que parecen amor sin serlo, es porque lo que prima ella
no es el afecto, sino la angustia. Quienes sobreprotegen proyectan en el otro
sus propios miedos. Además, normalmente no consiguen evitar que el ser amado
sufra, sino todo lo contrario. Terminan invadiendo de ansiedad al otro y le
impiden que crezca.
Control sobre el ser
amado:El excesivo deseo de
control sobre el otro se parece a la sobreprotección, pero no es lo mismo. En
este caso se trata de un vínculo marcado por la demeritación del otro. En el
fondo lo que se busca es que el ser “amado” aprenda a desconfiar de sí mismo y
nos necesite. De alguna manera se intenta generar una dependencia por parte del
otro.

Aunque en el fondo
su naturaleza no es esa, estas conductas se presentan como expresiones de amor.
El uno le facilita al otro las cosas. Carga con los objetos pesados, le da
soporte en las situaciones difíciles o las asume por el otro. También dedica
sus esfuerzos a que el otro no pase por incomodidades. Sin embargo, esta
disposición no es gratuita. Se paga con la limitación de la autonomía y la
libertad.

La intención real es
que uno llegue a necesitar al otro de forma definitiva. Desde fuera puede dar
la sensación de que el controlador se esmera en hacerle la vida más feliz a
quien ama, cuando sus esfuerzos en realidad se dirigen a que no sea capaz de
hacer su vida solo. Manipula para que el vínculo se mantenga y se haga cada vez
más estrecho. En realidad eso no es amor, sino control egoísta.
Dependencia y amor
El control es la
cara y la dependencia es el sello más común de estas realidades que parecen
amor, sin llegar a serlo. En este caso, lo que hay es un vínculo peculiar: en
él, la persona deposita todas sus necesidades y frustraciones en otra. Le
entrega, por así decirlo, la obligación de hacerse cargo de su felicidad. Una
especie de padre o madre sustitutos que estén en todo momento disponibles para
satisfacer sus deseos.

Esa especie de
“tutor” se llega a necesitar desesperadamente. Al fin y al cabo es como un
escudo frente a la vida. Le evita la confrontación con sus propios límites.
Muchas veces también protege de la angustia de tener que decidir y, con ello,
ganar o perder. El dependiente puede sentir que ama profundamente al otro, pero
en realidad se trata de un vínculo de explotación mutua.

Todas estas formas
de “pseudo amor” son nocivas: encubren situaciones por resolver. Son realidades
que parecen amor, pero en realidad tienen más que ver con algún tipo de
neurosis. Casi nunca acaban bien. Originan dolor e impiden el crecimiento
mutuo. Lamentablemente tienden a dar lugar a lazos muy fuertes, que muchas
veces terminan hiriendo a las personas involucradas.
Fuente:https://lamenteesmaravillosa.com/tres-realidades-que-parecen-amor-no-lo-son
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