Alejandro Jodorowsky
Prullansky (Tocopilla, Región de Antofagasta; 17 de febrero de 1929) es un
artista chileno, de ascendencia judío-ucraniana, nacionalizado francés en 1980.
Entre sus múltiples facetas destacan las de escritor y director de cine.
Escribe indistintamente en español y en francés, por lo que, siguiendo el
concepto de George Steiner, se puede considerar un escritor extraterritorial.
También es el creador de la psicomagia, técnica que pretende servir de sanación
espiritual y que conjuga los ritos chamánicos, el teatro y el psicoanálisis,
con los que pretende provocar en el paciente una catarsis de curación. Según él
mismo dice:
"Para mí la psicomagia es
como una derivación de la poesía, del teatro... de todo lo que he hecho".
Jodorowsky fundamenta su
metodología (que no tiene fundamento científico) en que el inconsciente toma
los actos simbólicos como si fuesen hechos reales, de manera que un acto
mágico-simbólico-sagrado podría modificar el comportamiento del inconsciente, y
por lo tanto, si está bien aplicado, puede curar ciertos traumas psicológicos.
Jodorowsky también creó la psicogenealogía ya que considera que determinados
traumas y comportamientos inconscientes se transmiten de generación en
generación, por lo que, para que un individuo tome consciencia de ellos y pueda
desligarse de los mismos, es necesario que estudie y haga actos psicomágicos
basados en su árbol genealógico y los patrones que existen en él.
En cierta ocasión, Jodorowsky
afirmó que cualquier persona que se declarase psicomago o propusiera consejos
de psicomagia era un mentiroso, y que hasta ese momento solo él, su hijo
Cristóbal Sol y su expareja Marianne Costa podían ejercer la psicomagia. Pero
desde hace un tiempo dice que esta afirmación ha dejado de ser cierta ya que
hay mucha gente que se ha empapado de su pensamiento, y que con la afirmación
anterior, solo intentaba prevenir sobre los falsos sanadores que se aprovechan
de la gente.
A continuación te dejamos sus
palabras acerca de que el daño es algo transgeneracional:
“El daño se transmite de
generación en generación: el embrujado se convierte en embrujador, proyectando
sobre sus hijos lo que fue proyectado sobre él, a no ser que una toma de
consciencia consiga romper el círculo vicioso. No hay que temer hundirse profundamente
en uno mismo para enfrentar la parte del ser mal constituido, el horror de la
no realización, haciendo saltar el obstáculo genealógico que se levanta ante
nosotros como una barrera y que se opone al flujo y reflujo de la vida.
En esta barrera encontramos
los amargos sedimentos psicológicos de nuestro padre y de nuestra madre, de
nuestros abuelos y bisabuelos. Tenemos que aprender a desidentificarnos del
árbol y comprender que no está en el pasado: por el contrario, vive presente en
el interior de cada uno de nosotros. Cada vez que tenemos un problema que nos
parece individual, toda la familia está concernida. En el momento en que nos
hacemos conscientes, de una manera o de otra la familia comienza a evolucionar.
No sólo los vivos, también los muertos. El pasado no es inamovible. Cambia
según nuestro punto de vista.
Ancestros a quienes
consideramos odiosamente culpables, al mutar nuestra mentalidad, los
comprendemos de forma diferente. Después de perdonarlos debemos honrarlos, es
decir, conocerlos, analizarlos, disolverlos, rehacerlos, agradecerles, amarlos,
para finalmente ver el “buda” en cada uno de ellos. Todo aquello que
espiritualmente hemos realizado, podría haberlo hecho cada uno de nuestros
parientes. La responsabilidad es inmensa. Cualquier caída arrastra a toda la
familia, incluyendo a los niños que están por venir, durante tres o cuatro
generaciones”.
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