Estuve saliendo con un chico durante cuatro meses. Nuestra relación estaba definida: éramos amigos con derechos, pero ambos concordamos que no tendríamos relaciones con nadie más que nosotros. Durante esos meses todo fue increíble. Mientras estábamos él y yo juntos nada más nos hacía falta. Bueno, por lo menos a mí.
El último día que lo miré le pregunté: ¿has estado con otras, aparte de conmigo? Su respuesta fue no, pero sin embargo ese fue el último día que lo vi.
Pasó un tiempo, y me enteré de que tenía novia. En ese momento sólo quise morir. Me sentía terrible, porque sólo pude pensar en que no fui suficiente para él. Nunca fue frío conmigo, de hecho al contrario, era muy cariñoso, parecíamos novios sólo que sin formalizar la relación.
Me enamoré de mi amigo con derechos y me rompió el corazón. No siempre se termina una historia con un final de cuentos, en ocasiones una historia feliz termina en una pesadilla y así me paso a mí.
Después de no saber de él en más de dos meses por fin logré salir. Estaba con mi mejor amiga y ahí, en media plática, a lo lejos veo que está él con un amigo. Mi corazón se detuvo de nuevo. Volteé con mi amiga para decirle que me iba acercar para saludar y cuando me di vuelta lo vi con su novia. Sentí un hueco en el corazón y no miré siquiera cómo era ella. No me importó si era bonita o alta o qué tenía mejor que yo, sólo pude notar cómo la miraba; la miraba como a mí nunca me miró, la miraba con amor.
Mi peor pesadilla se había convertido en realidad. En mi libro favorito “Bajo la misma estrella” de John Green, nos dice Augustus Waters: “no puedes elegir si te harán daño en esta vida, pero sí puedes elegir quién te lo hace”; yo lo elegí a él y sí que me hizo daño.
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